El mejor deportista quiere que su oponente se esfuerce al
máximo. El mejor general penetra la mente de su enemigo. El mejor hombre de
negocios sirve al bien común. Todos ellos encarnan la virtud de la competición.
No es que no adoren competir, sino que lo hacen con el espíritu del juego. En
esto son como niños y están en armonía con el Tao.
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