miércoles, 28 de febrero de 2018

EL UTILITARISIMO DE STUART MILL


JOHN STUART MILL
(1806-1873) Nacido en Londres

La definición de utilitarismo nació de Mill: “El credo que pone como fundamento de la moral la utilidad o el principio de la mayor felicidad posible, sostiene que toda acción es buena en proporción a su tendencia a promover lo contrario de la felicidad. Por felicidad se entiende placer y ausencia de dolor; por infelicidad se entiende dolor y privacidad de placer.”
Negamos el derecho de cualquier parte de la especie a decidir por la otra, o a cualquier individuo a decidir por otro lo que es o lo que no es su “propia esfera”. Si todas las ocupaciones estuviesen abiertas a todos, sin favor o sin desaconsejarlos a nadie ,los empleos irían a para a manos de los hombres y las mujeres cuya experiencia indique que son los más capacitados para ejercerlos dignamente. Cada individuo probará sus capacidades de la única manera en que pueden ser probadas – por la experiencia- y el mundo tendrá el beneficio de las mejores facultades de todos sus habitantes. Pero interferir anticipadamente mediante una limitación arbitraria… no sólo es una injusticia para el individuo sino también para la sociedad.

El socialismo no es la solución

El entorno de la inversión del capital le parecía algo justo, dados los riesgos que asume el inversor y por el ejercicio de la habilidad industrial; los empresarios son también productores de riqueza y deben de ser  recompensados por ello. Los trabajadores tampoco ganarían
 mucho si una parte mayor de los beneficios de los capitalistas se dividiera entre ellos, porque mayores serían  los beneficios obtenidos mediante la innovación en maquinaria, una mejor gestión. etc. que con la disminución de beneficios empresariales. La unión entre clases era deseable y posible sobre la base de que la cohesión social dependía de asumir actitudes política racionales .Sin entendimiento entre clases, su mutua ruina estaba asegurada.. “Para cada persona su propio modo de arreglar su existencia es el mejor, no porque sea el mejor en sí, sino porque es el suyo”.
Siendo conscientes de cómo es la naturaleza humana, decía el filósofo, hay que asumir que el mejor incentivo para la productividad no es moral sino económico, y eso obliga a establecer diferencias relativas a nivel de renta.
Sin la libertad de expresión, que Marx consideraba ilusa, una sociedad nunca podría descubrir mejores ideas que las heredadas de la tradición. A Mill no le interesaba un mundo perfecto, porque eso implicaba fanatismo y autoengaño. Los mundos perfectos de lo que denominaba “socialismo autoritario” eran también tiranías perfectas y, en cambio, los mundos perfectibles, sometidos a procesos de reforma y de mejora gradual, le resultaban mucho más interesantes, hospitalarios y creativos.

EL GOBIERNO DE LOS MEJOR EDUCADOS

Mill creía que la democracia ensalza la mediocridad y pone trabas a la excelencia. Su preferencia por la evolución, considerada mejor que la evolución, incluía la convicción de que era recomendable el gobierno de las
Élites sobre las masas ,independientemente de cómo este gobierno hubiera llegado al poder. Un ejecutivo no era bueno por salir de las urnas, sostenía, sino por la efectividad de sus acciones: al promover la mejora social, no ahogar al ciudadano, potenciar las libertades y ser aceptado por su buen funcionamiento. Mill manifestaba claramente que la mejor forma de gobierno era la democracia igualitaria, porque promueve la libertad de expresión,  pero insistía en que, sin educación, el igualitarismo era más un problema que un remedio, puesto que podía conducir a la situación en que masas mal o poco educadas tomasen decisiones suicidas.
La educación evita la tendencia a la simplificación y el pensamiento desiderativo, esto es, el que confunde el deseo con la realidad, error en el que caían el socialismo y la clase obrera, decía Mill. La pura fuerza, aunque fuera la de los votos, no era garantía de verdad ni de progreso.
Una educación general dada por el Estado sería una mera intervención para moldear a la gente conforme a un mismo patrón y hacer a sus miembros exactamente iguales. Como este molde era el que satisfacía al poder dominante, bien fuera monarquía, teocracia, aristocracia o cualquier otra forma de gobierno, cuanto más eficaz y poderoso fuera este poder, mayor despotismo establecería sobre la voluntad y el modo de vida de las personas.

Una democracia jerárquica

Defendía así las posiciones del republicanismo político clásico. La antigua tradición filosófica derivada del filósofo y jurista latino Cicerón (106-43 A.C). Sólo hay gobierno justo cuando se unen prudencia, justicia y virtud pública. Como la mayoría de la gente es poco racional y no calcula sus intereses reales, resulta difícil que las mejores decisiones políticas emerjan de la decisión de la mayoría.
Debería considerarse republicano, el gobierno que aplicase la ley de modo imparcial, que no perjudicase los intereses y los derechos legítimos de los ciudadanos, y que tratara a estos con equidad.
El talento de las élites y el gobierno popular coexistían en tensión en la política milliana Incumbía al pueblo la función de reivindicar y exigir mejoras sociales pero, junto a los representantes de la mayoría numérica a quienes correspondía la crítica y la inspección, debían existir quienes tuvieran en sus manos el manejo real de los asuntos: “ un pequeño número de hombres ilustrados, expertos y preparados al efecto por una educación y práctica especiales”

LOS LIMITES DE LA DEMOCRACIA
Los derechos existen porque son útiles a la sociedad, y, ejercicios de forma coordinada, permiten fraguar sociedades en la que aumenta la felicidad de los individuos. Los elementos centrales para experimentar una vida humana – la libertad, la justicia , la veracidad, la imparcialidad, etc. – no son “sustancias”, es decir, entre autónomos y eternos, sino procesos cuyo significado se identifica con sus usos, es decir, con la forma en que ejercen, se viven y se reivindican.

Requisitos para una democracia útil

Un Estado que no diera oportunidad a la consolidación de su sociedad civil y a la libre iniciativa, o sin capacidad para conjugar libertad e igualdad, no sólo sería ineficaz sino un auténtico infierno.
La igualdad de d derechos que el filósofo preconizaba, nada tenía que ver con la  igualación de resultados que no reconoce la diversidad real de los humanos. Aunque, en su opinión, libertad y equidad eran inseparables, la equidad no implicaba forzosamente una igualdad mecánica. Cuando no es uno mismo sino la masa quien tiene la última palabra en cuestiones de moralidad o de forma de vida, los individuos se vuelven inevitablemente desgraciados o estúpidos. Las tiranías, observó Mill, no necesitan un poder dictatorial y policial para triunfar. Les basta con apoyarse en esa masa indolente y silenciar a los individuos creativos, que son también los más reflexivos.
La “simpatía silenciosa  de la mayoría silenciosa puede hacer aún más daño que el despotismo de un solo hombre”. Los prejuicios, la estupidez y la mediocridad colectiva, la miseria intelectual, en definitiva, podían ser más dañinas que la miseria económica, porque desactivan el pensamiento crítico.
En suma, no hay sociedad libre sin derecho a la defensa de las opiniones personales, por mucho que estas choquen con las ideas tópicamente aceptadas por la mayoría. “los genios suelen solo pueden respirar libremente en una atmósfera de libertad”
Despotismo  político, tiranía de la mayoría y mediocridad de los individuos eran tres estigmas que padecería necesariamente el país done no hay se fomentasen la libertad, la diversidad y la educación.
Una democracia sin civilización sería imposible, un absurdo, del mismo modo que no habría democracia sin una protección efectiva de las libertades y los derechos.

No hay prohibición más allá del daño

Decía Mill, no se puede obligar a nadie a actuar de una determinada manera, con el argumento de que lo indicado redundará en su beneficio o porque, en opinión de otros, lo hará más feliz, más sabio o más justo. Nadie puede ni debe ser salvado de sí mismo si el no lo desea. Este es el “ principio de libertad individual”, que atañe a la conciencia y es inviolable. Se podía legítimamente argumentar, intentar persuadir con buenas razones al bebedor de que su conducta resulta negativa, porque afecta tanto a la salud de su cuerpo como al bienestar de su familia…pero no obligarlo a modificar sus opiniones y acciones, ni siquiera por su bien. Desde el punto de vista utilitarista los derechos siempre residen en las personas, y pretender que alguien, o incluso la sociedad entera, pueda entera, pueda decidir contra un individuo supone reducirlo a la condición de simple objeto.
 La sociedad tiene derecho a coaccionar y castigar, aunque su principio básico sea dejar hacer libremente a los individuos y no pretender organizarlos. Nadie puede inmiscuirse en la forma en que los padres educan o alimentan a sus hijos y sin embargo, ante situaciones familiares extremas con daño a los menores, el Estado tiene  el derecho y la obligación de velar por los derechos de los niños y puede establecer castigos penales a los progenitores irresponsables.. De este modo, la libertad se transforma en un arte de vida y la coacción marca las fronteras de la acción social legítima.

El mundo no necesita a Dios

Desde la Edad Media, los principales representantes de la corriente del pensamiento religioso conocida como escolástica elaboraron argumentos lógicos   que pretendían demostrar la existencia de Dios. Mill afrontó estos argumentos, verdaderos clásicos de la teología occidental, para mostrar que eran filosóficamente irrelevantes.

El deber moral tenia que arraigar en la reflexión racional y estar destinado a la utilidad pública. No son los dioses quienes convierten la moral en una exigencia, sino la moral la que Ia  guía  – o debe guiar – los mandamientos divinos. Además , un Dios infinito le parecía incompatible con la idea del bien y del mal y con la exigencia de la responsabilidad personal.
Puesto que la hipótesis divina resultaba simplemente inverificable, “ la humanidad puede desarrollarse sin la creencia en el cielo”. Situar la felicidad en el más allá tan solo indica que alguien es profundamente desgraciado en la vida presente. ¿Qué permanecería en pie del cristianismo cuando el avance de las ciencias desvelara cuanto  entonces parecía un misterio y se perdiera el carácter trascendente de su mensaje?









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