JOHN STUART MILL
(1806-1873) Nacido en Londres
La definición de utilitarismo nació de Mill: “El credo que
pone como fundamento de la moral la utilidad o el principio de la mayor
felicidad posible, sostiene que toda acción es buena en proporción a su
tendencia a promover lo contrario de la felicidad. Por felicidad se entiende
placer y ausencia de dolor; por infelicidad se entiende dolor y privacidad de
placer.”
Negamos el derecho de cualquier parte de la especie a
decidir por la otra, o a cualquier individuo a decidir por otro lo que es o lo
que no es su “propia esfera”. Si todas las ocupaciones estuviesen abiertas a
todos, sin favor o sin desaconsejarlos a nadie ,los empleos irían a para a
manos de los hombres y las mujeres cuya experiencia indique que son los más
capacitados para ejercerlos dignamente. Cada individuo probará sus capacidades
de la única manera en que pueden ser probadas – por la experiencia- y el mundo
tendrá el beneficio de las mejores facultades de todos sus habitantes. Pero
interferir anticipadamente mediante una limitación arbitraria… no sólo es una injusticia
para el individuo sino también para la sociedad.
El socialismo no es
la solución
El entorno de la inversión del capital le parecía algo
justo, dados los riesgos que asume el inversor y por el ejercicio de la
habilidad industrial; los empresarios son también productores de riqueza y
deben de ser recompensados por ello. Los
trabajadores tampoco ganarían
mucho si una parte
mayor de los beneficios de los capitalistas se dividiera entre ellos, porque
mayores serían los beneficios obtenidos
mediante la innovación en maquinaria, una mejor gestión. etc. que con la
disminución de beneficios empresariales. La unión entre clases era deseable y
posible sobre la base de que la cohesión social dependía de asumir actitudes
política racionales .Sin entendimiento entre clases, su mutua ruina estaba
asegurada.. “Para cada persona su propio modo de arreglar su existencia es el
mejor, no porque sea el mejor en sí, sino porque es el suyo”.
Siendo conscientes de cómo es la naturaleza humana, decía el
filósofo, hay que asumir que el mejor incentivo para la productividad no es
moral sino económico, y eso obliga a establecer diferencias relativas a nivel
de renta.
Sin la libertad de expresión, que Marx consideraba ilusa,
una sociedad nunca podría descubrir mejores ideas que las heredadas de la
tradición. A Mill no le interesaba un mundo perfecto, porque eso implicaba
fanatismo y autoengaño. Los mundos perfectos de lo que denominaba “socialismo
autoritario” eran también tiranías perfectas y, en cambio, los mundos
perfectibles, sometidos a procesos de reforma y de mejora gradual, le
resultaban mucho más interesantes, hospitalarios y creativos.
EL GOBIERNO DE LOS
MEJOR EDUCADOS
Mill creía que la democracia ensalza la mediocridad y pone
trabas a la excelencia. Su preferencia por la evolución, considerada mejor que
la evolución, incluía la convicción de que era recomendable el gobierno de las
Élites sobre las masas ,independientemente de cómo este
gobierno hubiera llegado al poder. Un ejecutivo no era bueno por salir de las
urnas, sostenía, sino por la efectividad de sus acciones: al promover la mejora
social, no ahogar al ciudadano, potenciar las libertades y ser aceptado por su
buen funcionamiento. Mill manifestaba claramente que la mejor forma de gobierno
era la democracia igualitaria, porque promueve la libertad de expresión, pero insistía en que, sin educación, el
igualitarismo era más un problema que un remedio, puesto que podía conducir a
la situación en que masas mal o poco educadas tomasen decisiones suicidas.
La educación evita la tendencia a la simplificación y el
pensamiento desiderativo, esto es, el que confunde el deseo con la realidad,
error en el que caían el socialismo y la clase obrera, decía Mill. La pura
fuerza, aunque fuera la de los votos, no era garantía de verdad ni de progreso.
Una educación general dada por el Estado sería una mera
intervención para moldear a la gente conforme a un mismo patrón y hacer a sus miembros
exactamente iguales. Como este molde era el que satisfacía al poder dominante,
bien fuera monarquía, teocracia, aristocracia o cualquier otra forma de
gobierno, cuanto más eficaz y poderoso fuera este poder, mayor despotismo
establecería sobre la voluntad y el modo de vida de las personas.
Una democracia
jerárquica
Defendía así las posiciones del republicanismo político
clásico. La antigua tradición filosófica derivada del filósofo y jurista latino
Cicerón (106-43 A.C). Sólo hay gobierno justo cuando se unen prudencia,
justicia y virtud pública. Como la mayoría de la gente es poco racional y no
calcula sus intereses reales, resulta difícil que las mejores decisiones políticas
emerjan de la decisión de la mayoría.
Debería considerarse republicano, el gobierno que aplicase
la ley de modo imparcial, que no perjudicase los intereses y los derechos
legítimos de los ciudadanos, y que tratara a estos con equidad.
El talento de las élites y el gobierno popular coexistían en
tensión en la política milliana Incumbía al pueblo la función de reivindicar y
exigir mejoras sociales pero, junto a los representantes de la mayoría numérica
a quienes correspondía la crítica y la inspección, debían existir quienes
tuvieran en sus manos el manejo real de los asuntos: “ un pequeño número de
hombres ilustrados, expertos y preparados al efecto por una educación y
práctica especiales”
LOS LIMITES DE LA
DEMOCRACIA
Los derechos existen porque son útiles a la sociedad, y,
ejercicios de forma coordinada, permiten fraguar sociedades en la que aumenta
la felicidad de los individuos. Los elementos centrales para experimentar una
vida humana – la libertad, la justicia , la veracidad, la imparcialidad, etc. –
no son “sustancias”, es decir, entre autónomos y eternos, sino procesos cuyo
significado se identifica con sus usos, es decir, con la forma en que ejercen,
se viven y se reivindican.
Requisitos para una
democracia útil
Un Estado que no diera oportunidad a la consolidación de su
sociedad civil y a la libre iniciativa, o sin capacidad para conjugar libertad
e igualdad, no sólo sería ineficaz sino un auténtico infierno.
La igualdad de d derechos que el filósofo preconizaba, nada
tenía que ver con la igualación de resultados
que no reconoce la diversidad real de los humanos. Aunque, en su opinión, libertad
y equidad eran inseparables, la equidad no implicaba forzosamente una igualdad
mecánica. Cuando no es uno mismo sino la masa quien tiene la última palabra en
cuestiones de moralidad o de forma de vida, los individuos se vuelven
inevitablemente desgraciados o estúpidos. Las tiranías, observó Mill, no necesitan
un poder dictatorial y policial para triunfar. Les basta con apoyarse en esa masa
indolente y silenciar a los individuos creativos, que son también los más reflexivos.
La “simpatía silenciosa de la mayoría silenciosa puede hacer aún más
daño que el despotismo de un solo hombre”. Los prejuicios, la estupidez y la
mediocridad colectiva, la miseria intelectual, en definitiva, podían ser más
dañinas que la miseria económica, porque desactivan el pensamiento crítico.
En suma, no hay sociedad libre sin derecho a la defensa de
las opiniones personales, por mucho que estas choquen con las ideas tópicamente
aceptadas por la mayoría. “los genios suelen solo pueden respirar libremente en
una atmósfera de libertad”
Despotismo político,
tiranía de la mayoría y mediocridad de los individuos eran tres estigmas que
padecería necesariamente el país done no hay se fomentasen la libertad, la
diversidad y la educación.
Una democracia sin civilización sería imposible, un absurdo,
del mismo modo que no habría democracia sin una protección efectiva de las libertades
y los derechos.
No hay prohibición
más allá del daño
Decía Mill, no se puede obligar a nadie a actuar de una
determinada manera, con el argumento de que lo indicado redundará en su
beneficio o porque, en opinión de otros, lo hará más feliz, más sabio o más
justo. Nadie puede ni debe ser salvado de sí mismo si el no lo desea. Este es el
“ principio de libertad individual”, que atañe a la conciencia y es inviolable.
Se podía legítimamente argumentar, intentar persuadir con buenas razones al
bebedor de que su conducta resulta negativa, porque afecta tanto a la salud de
su cuerpo como al bienestar de su familia…pero no obligarlo a modificar sus opiniones
y acciones, ni siquiera por su bien. Desde el punto de vista utilitarista los
derechos siempre residen en las personas, y pretender que alguien, o incluso la
sociedad entera, pueda entera, pueda decidir contra un individuo supone reducirlo
a la condición de simple objeto.
La sociedad tiene derecho
a coaccionar y castigar, aunque su principio básico sea dejar hacer libremente
a los individuos y no pretender organizarlos. Nadie puede inmiscuirse en la
forma en que los padres educan o alimentan a sus hijos y sin embargo, ante
situaciones familiares extremas con daño a los menores, el Estado tiene el derecho y la obligación de velar por los
derechos de los niños y puede establecer castigos penales a los progenitores
irresponsables.. De este modo, la libertad se transforma en un arte de vida y
la coacción marca las fronteras de la acción social legítima.
El mundo no necesita
a Dios
Desde la Edad Media, los principales representantes de la
corriente del pensamiento religioso conocida como escolástica elaboraron
argumentos lógicos que pretendían
demostrar la existencia de Dios. Mill afrontó estos argumentos, verdaderos clásicos
de la teología occidental, para mostrar que eran filosóficamente irrelevantes.
El deber moral tenia que arraigar en la reflexión racional y
estar destinado a la utilidad pública. No son los dioses quienes convierten la
moral en una exigencia, sino la moral la que Ia guía –
o debe guiar – los mandamientos divinos. Además , un Dios infinito le parecía
incompatible con la idea del bien y del mal y con la exigencia de la responsabilidad
personal.
Puesto que la hipótesis divina resultaba simplemente
inverificable, “ la humanidad puede desarrollarse sin la creencia en el cielo”.
Situar la felicidad en el más allá tan solo indica que alguien es profundamente
desgraciado en la vida presente. ¿Qué permanecería en pie del cristianismo
cuando el avance de las ciencias desvelara cuanto entonces parecía un misterio y se perdiera el
carácter trascendente de su mensaje?
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